Se calcula que en Extremadura pueden reconocerse, en diferente estado de conservación y en su más diversa tipología, hasta dos centenares de fortificaciones. La historia fronteriza de esta región da explicación a tal cantidad de patrimonio militar. Sin embargo, no solamente la guerra, entre cristianos y musulmanes hasta el siglo XIII o entre portugueses y castellanos/españoles desde entonces, ha sido la razón de existir de aquellas construcciones castrenses. Las motivaciones para su erección y los contextos políticos y sociales de las diferentes etapas históricas han modificado física y simbólicamente estos edificios patrimoniales a lo largo del tiempo. Este fue el tema desarrollado por Francisco García Fitz, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Extremadura y autor de obras de referencia como Las Navas de Tolosa (Ariel, 2005) o La Reconquista (Ed. Universidad de Granada, 2010), en la IV edición de “Cafés con Historia”, celebrado el día 7 de marzo de 2019 en Los 7 Jardines de Cáceres. El coloquio, organizado por Guías-Historiadores de Extremadura, llevaba por título “Castillos, fortalezas y ciudades amuralladas en la Extremadura medieval”.
El profesor García Fitz, con su enorme amabilidad y afán divulgativo, consiguió rápidamente captar la atención de los congregados, en torno a 70 personas, y hacer comprender la diversidad de significaciones que han tenido las numerosas fortificaciones extremeñas. Éstas, “cuales palimpsestos fueran”, han ido reescribiendo su funcionalidad dependiendo de multitud de factores históricos. Así, las alcazabas de Mérida o Trujillo revelan la expresión de un poder central como el de los omeyas de Córdoba. Por el contrario, otras fortalezas de la misma época andalusí, como Alange, Santa Cruz de la Sierra o Esparragosa de Lares, entre otras, responderían a una dinámica de resistencia, muladí o bereber, ante el mismo poder cordobés. Pasado el tiempo, la nueva realidad de las taifas andalusíes, el reino aftasí de Badajoz en lo que respecta a la actual región extremeña, traería una nueva funcionalidad: la defensa de las fronteras frente a los cristianos de León o a los musulmanes de Toledo y Sevilla. La recentralización promovida por almorávides y almohades, en el siglo XII, reformularía de nuevo la función de núcleos fortificados preexistentes y seguiría las pautas marcadas desde las capitales de aquellos imperios norteafricanos. De aquellos tiempos tenemos el extraordinario ejemplo de Albalat, único yacimiento almorávide peninsular, o las alcazabas almohades de Reina o Montemolín.
Pero incluso en este último momento, segunda mitad del siglo XII, la presión cristiana sobre la mesopotamia extremeña (entre Tajo y Guadiana), marcaría un condicionante fronterizo distinto. La frontera abierta o amplia de tiempos omeyas había dado paso a una frontera más estrecha, que requirió de mayor esfuerzo militar y poblamiento menos disperso concentrado en las alturas, en aras de hacer frente a las agresiones cristianas. Alcántara, Cáceres o Trujillo, se adaptarían a esta nueva situación aglutinando y defendiendo el poblamiento de este sector geográfico. A partir de las conquistas y repoblaciones cristianas el cambio fue trascendental: de una sociedad islámica centralizada se pasa a una sociedad cristiana feudal. La nueva frontera, esta vez entre Portugal y León-Castilla, estará más delimitada e incluso la guerra, ahora entre cristianos, responderá a dinámicas distintas a las del periodo anterior. El proceso de señorialización al que fue expuesta la resultante región de Extremadura, transierra leonesa y castellana, resignificarían las fortalezas andalusíes y los castillos de nueva construcción cristiana como centros de fiscalidad y de poder simbólico del señor feudal.
Jerez de los Caballeros en territorio de los templarios, Montánchez o Segura de León en el dominio de la Orden de Santiago, y Magacela o Benquerencia de la Serena en el maestrazgo de Alcántara serían algunos ejemplos en señoríos de las Órdenes Militares. El poder del señor laico se puede reconocer en los castillos de Alburquerque o Feria y el del señor eclesiástico en el Monasterio “fortificado” de Santa María de Guadalupe. “Nadie dudaba de quién mandaba en la zona”, según advertía el profesor. Por último, García Fitz señaló también el caso de la señorialización interna en las ciudades de realengo, como Cáceres, Trujillo o Plasencia, así como en los dominios adehesados de la nobleza, donde las casas-fuerte demuestran el simbolismo y la ideología de la sociedad estamental de la Baja Edad Media castellana y extremeña, con sus fachadas, torres y su heráldica impresa.
En resumen, en Extremadura están representadas las más diversas formas de entender la fortificación medieval debido a la historia fronteriza y señorial de la región. Este legado se conforma hoy como un riquísimo patrimonio cultural que ha de ser conservado y rentabilizado socialmente. Como el profesor reflexionaba al final de su intervención, la socialización de la Historia por parte de los historiadores es esencial para desarrollar la sensibilización hacia el Patrimonio. Solo así podrá ser revalorizado. Desde Guías-Historiadores de Extremadura seguimos comprometidos con este objetivo a través de la organización de actividades culturales, donde se desarrollan nuestros “Cafés con Historia”. Agradecemos a Francisco García Fitz y a todos los asistentes al evento la curiosidad y el interés en la Cultura y en la Historia en general y en la extremeña en particular. Entre todos seguimos apostando por una sociedad en la que la concienciación histórica y patrimonial juegue un papel protagonista. Mientras se presenta la ocasión de celebrar una quinta edifición, os dejamos ¡Hasta la próxima!
Os dejamos a continuación la grabación completa de este encuentro (cortesía de José M. Moreno Martín) y un audio de la intervención de Juan Rebollo, compañero de nuestra asociación, en el programa La Tarde Contigo, de Canal Extremadura Radio (a partir de minuto 15:20):