Este año de 2022 se está conmemorando el V centenario de la muerte del humanista Elio Antonio de Nebrija. Diversos homenajes, representaciones teatrales, congresos o exposiciones se llevan a cabo en muchas de las localidades que el lebrijano visitó a lo largo de su amplia trayectoria vital. Desde su nacimiento en Lebrija –en torno a 1444– hasta su muerte en Alcalá de Henares -en 1522-, el que fuera autor de la primera Gramática de la lengua castellana residió en Salamanca, en Bolonia, en varias villas extremeñas (Alcántara, Brozas, Zalamea, Villanueva de la Serena), también -aunque en tiempo menos dilatado- en otras castellanas (Coca, Medina del Campo, Logroño) y en las ciudades andaluzas de Sevilla y Granada. No es necesario aquí ahondar en su biografía, muy estudiada y fácilmente accesible en cualquier obra o página web especializada (recomendamos las de Pedro Martín Baños y su web), pero sí expondremos alguna idea que subraye la importancia de su reconocimiento.

Nebrija es hoy resaltado como una suerte de padre gramatical del idioma español por cuanto que, en efecto, publicó en el simbólico año de 1492 una obra que vendría a ser fundamental desde el punto de vista lingüístico y, en general, de la cultura hispánica. Sin embargo, no hay que olvidar que la difusión de la Gramática castellana no alcanzaría altas cotas de impresión y popularidad hasta el siglo XVIII. Lo que subió a los altares al humanista en su propio tiempo fue, por el contrario, su Introductiones latinae (1481), la cual se imprimió unas doscientas veces en el siglo XVI y que sería conocida como “el Antonio” y estudiada en muchas universidades europeas. Era la obra que depuraba y difundía el mejor conocimiento del latín -la lengua culta del momento- y que luchaba contra su olvido y maltrato -lo que él llamo “la lucha contra barbarie”-. No dejaba de ser una cruzada contra la cada vez más extendida mediocridad intelectual que quedaba circunscrita a ambientes que hoy llamaríamos “nacionales”, esto es, de cada reino.

El andaluz no fue tanto aquel adalid del castellano como “lengua del imperio”, como se le sigue considerando en la actualidad -entre otras cosas porque ese concepto de imperio que él utilizó no se refería al territorial, que en 1492 apenas echaba a andar-, sino el pulidor para sus convecinos -ibéricos y europeos- del instrumento clásico que permitía el acceso al conocimiento antiguo y moderno y, por ende, que abría las puertas a la internacionalización -o europeización- de cada hombre -y, en menor medida, mujer- de cultura. Coincidió su labor como gramático con la aparición de la imprenta, auténtico acelerador de la difusión cultural renacentista. Muy pronto Antonio de Nebrija se dio cuenta de su potencial y lo aprovechó hasta los más insospechados límites. Asiduo a los talleres de los primeros impresores salmantinos, el carácter soberbio y meticuloso de nuestro humanista dio más de un quebradero de cabeza a los libreros, exigiendo tipos de letra y controlando las impresiones. No es de extrañar que Nebrija sea considerado como uno de los pioneros de lo que hoy denominamos “derechos de autor”.

Siempre mantuvo a su pueblo natal en el recuerdo, de hecho, adoptó un praenomen que abundaba en inscripciones romanas encontradas en el entorno de Lebrija y latinizó su denominación: Aelio Antonius Nebrissensis. Salamanca fue la ciudad en que se formó académicamente, en la que ejerció su primera docencia y en la que se imprimieron sus obras más conocidas. Residió, curiosamente, en la misma calle en la que se asentaron las primeras imprentas y que hoy conocemos como calle Libreros. Allí se mantiene su recuerdo en letras latinas. Sus cinco años en Bolonia -y no diez como él mismo dejó escrito- le sirvieron para impregnarse del ambiente humanista que se extendía por la península Itálica. Pasó larguísimas temporadas en tierras extremeñas bajo el mecenazgo de Juan de Zúñiga -entre 1487 y 1504- y allí fue donde desarrolló su gramática castellana. Y Alcalá fue, por mano del Cardenal Cisneros, la consagración universitaria a su dedicación humanista y su bien remunerado lugar de retiro cuando perdió una disputa a cátedra en la universidad salmantina.

A quinientos años de distancia no queda duda de que el nebrissense fue quien marcó un antes y un después en la cultura de la península Ibérica, de Castilla en particular. Decía Luis García Jambrina el pasado sábado 7 de mayo en la presentación de su libro El manuscrito de niebla en Salamanca, que su novela es una declaración de amor a Antonio de Nebrija. No es para menos, se trata de uno de esos gigantes sobre cuyos hombros nos erigimos los hombres y mujeres del siglo XXI para poder ver el horizonte con mayor perspectiva. No desaprovechemos el momento para conocer su figura, su obra, su tiempo y la geografía cultural en que se desarrolló su experiencia vital e intelectual.

Artículo publicado originalmente en El Trapezio (25 de mayo de 2022)