Sabido es que a lo largo de la Historia las sociedades patriarcales han eclipsado el papel desempeñado por las mujeres en los campos más diversos. De ahí que aún resulte casi anecdótico disponer de referentes no masculinos en el imaginario social colectivo. Afortunadamente, en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en el estudio de las figuras históricas femeninas. No obstante, como en todo, “la alegría va por barrios” y no todos los espacios y los tiempos han gozado de la misma atención historiográfica. De igual manera, la divulgación de tales investigaciones históricas ha quedado comúnmente circunscrita a determinadas esferas sociales y/o académicas, no alcanzando la socialización mínima del conocimiento sobre la mujer en la Historia que haya sido capaz de poner fin a la tradicional ignorancia.

Extremadura es, como región históricamente marginal y limitadamente desarrollada en lo académico, uno de esos espacios en los que el conocimiento sobre las extremeñas del pasado (entiéndase en sentido amplio, mujeres relacionadas históricamente con la actual Extremadura) todavía se halla muy restringido. Y no es, obviamente, porque no hayan existido mujeres de mayor o menor relevancia histórica vinculadas al solar extremeño.

Podemos citar a vuela pluma: romanas como la tabernera Sentia Amaranta o la actriz Cornelia Nothis; ejemplos de las tres religiones como la niña mártir Eulalia de Mérida, la bereber guerrera Yamila b. al-Yabbar o la judía doña Vellida; nobles “de armas tomar” como María la Brava, Leonor Pimentel o Beatriz Pacheco; mujeres legendarias como la Serrana de la Vera; aventureras en América como Inés Suárez, María de Escobar o la maestra Catalina Bustamante; poetas como Luisa de Carvajal, Carolina Coronado o Vicenta García Miranda; y un sinfín de extremeñas más cercanas a nuestro tiempo, como Manuela Gallardo o Dulce Chacón. Baste esta somera lista para que el lector o la lectora de estas líneas se pregunten cuántos de estos nombres le son (des)conocidos.

La efeméride que trae a colación esta reivindicación de las mujeres extremeñas es el bautismo de Catalina Clara Ramírez de Guzmán un día como hoy -un 18 de agosto- del año 1618. Nacida en la localidad bajoextremeña de Llerena, Catalina Clara es considerada hoy como una de las poetas más destacadas del panorama barroco español. A pesar de que el historiador de la literatura Joaquín de Entrambasaguas recopiló y publicó en 1930 un corpus de más de un centenar de poemas de la escritora extremeña, su figura y obra aún resultan poco conocidas para el global de la sociedad de la región y del país.

Ramírez de Guzmán nació en el seno de una acomodada familia llerenense lo que, junto a su soltería, le posibilitó dedicarse a una labor intelectual poco frecuente entre las mujeres de su época. Cultivó una gran variedad de registros y de una excelente calidad literaria según los expertos, destacando de manera especial en el retrato poético y en la poesía de corte satírico-burlesco e irónico, donde adoptó un tono crítico frente a los tópicos de la belleza femenina y sarcástico y de mofa frente al género masculino. En este aspecto su poesía se halla de plena actualidad aunque nos separen de la autora más de cuatro siglos.

Su obra es si cabe más admirable por haber sido compuesta de manera exclusiva en su villa de nacimiento –el título de ciudad le llegaría a Llerena en vida de Catalina Clara, en 1641–, retirada por tanto del ambiente de los grandes centros culturales de la España del Siglo de Oro. Trazó en sus escritos la vida cotidiana de su pueblo y retrató en algunas composiciones a las damas que la rodeaban, enraizando así su poesía al terruño. Esto diferencia a la llerenense de la otra gran poeta extremeña de aquel tiempo, Luisa de Carvajal y Mendoza, quien desarrolló sus escritos alejada de su Jaraicejo natal.

Claro que la Llerena del siglo XVII, reconocida por ser sede del Tribunal de la Inquisición y sede del Priorato de San Marcos de León, era una de las urbes más pujantes de la Extremadura de los primeros tiempos modernos. La cercanía de Sevilla o la relevancia del elemento judeoconverso ejercieron también como factores determinantes en el devenir de la localidad. Sin ir más lejos, el renombrado pintor fuentecanteño Francisco de Zurbarán residió en Llerena durante algunos años del mismo siglo, coincidiendo con Catalina Clara siendo ésta todavía niña. Otra enseñanza para nuestros días: vivir apartado de las grandes ciudades no es impedimento para el desarrollo cultural del ámbito más rural.

Como decimos, la escritora dejó plasmado el amor a su tierra en algunos retazos de su poesía. Incluso parece ser que escribió una novela –hoy perdida– a caballo entre lo cortesano y lo pastoril, titulada “El Extremeño”. Motivos éstos más que suficientes para ahondar en su personalidad y en aquella Extremadura lastrada por la emigración a América y por las Guerras con Portugal al tiempo que se conformaba como realidad provincial definida.

No fueron, pues, únicamente hombres los que cultivaron labores intelectuales. Catalina Clara Ramírez de Guzmán, como tantas otras mujeres extremeñas, consiguió transgredir el orden social establecido y nuestro deber como ciudadanos del siglo XXI es reconocer su legado. Nuestra poeta murió hacia 1684. Pidió ser enterrada en la Iglesia Mayor de Santa María de la Granada de Llerena. No queden sus escritos en el olvido.

Para saber más: http://dbe.rah.es/biografias/32669/catalina-clara-ramirez-de-guzman