La jornada prometía lluviosa, y así sería, pero una extraña fuerza de atracción, tal vez la exótica rebeldía de nuestro protagonista muladí, hizo que los inscritos a la “Ruta transfronteriza Ibn Marwan” obviaran la climatología y se congregaran a las 8:30 de la mañana del domingo 25 de noviembre de 2018 en la Puerta de Palmas de Badajoz. Los organizadores de la ruta, Juan Rebollo y Carlos Marín, de Guías-Historiadores de Extremadura, facilitamos un pequeño dossier informativo a los asistentes que poco a poco fueron tomando asiento en el bus de Autocares Ñuco. El trayecto duraría poco menos de una hora y media hasta el pueblo portugués de Marvão, siguiendo la carretera que probablemente es heredera de la vía de comunicación que enlazaba la capital badajocense con el territorio fronterizo del Tajo durante el periodo andalusí. Atravesando los conjuntos históricos de Alburquerque y Valencia de Alcántara y disfrutando del verdor de las dehesas extremeñas, alcanzamos Portugal en torno a las 10:00 de la mañana, 9:00 en horario local.
La lluvia arreciaba y la niebla envolvía el enclave rocoso sobre el que se asienta la espectacular fortificación de Marvão. Apenas pudimos hacernos una idea de la exuberante belleza paisajística del Parque Natural de São Mamede, pero la estampa otoñal impregnaba de un ambiente romántico la jornada. Un valle regado por el río Sever, con testimonios arqueológicos de época prehistórica y con las ruinas del que hubo de ser un municipium romano de cierta consideración, Ammaia. Serpenteando la colina arribamos por fin a nuestro destino dejando de lado el Convento de Nossa Senhora da Estrela, erigido sobre una ermita medieval en el sitio donde la leyenda cuenta que el rey visigodo don Rodrigo escondió la imagen de la Virgen en su huida tras la Batalla de Guadalete, allá por los inicios del siglo VIII.
El objetivo que perseguíamos era (re)conocer la figura de Abd al-Rahman Ibn Marwan al-Yilliqi en el lugar en el que decidió establecerse después de comenzar y recomenzar su revuelta contra el Emirato Omeya de Córdoba en el último tercio del siglo IX. Aunque las inclemencias meteorológicas nos impidieron percibir el mismo horizonte que él divisaría en su momento, la sola esbeltez de la cresta granítica nos hacía entender el porqué de aquella decisión. Emprendimos la subida por la reforzada Porta da Vila y continuamos en dirección al Largo do Pelourinho, donde se encuentra el rollo o picota jurisdiccional otorgado a la villa en 1512.
Bajo el, por momentos, intenso llorar de las nubes, insistimos en el caldo de cultivo que provocaría la revuelta de Ibn Marwan en Mérida a partir del año 868. Abd al-Rahman era hijo de Marwan bn Yunus, gobernador emeritense asesinado años antes en otro más de los muchos altercados en los que la antigua capital de la Lusitania se vio inmersa desde la misma llegada de los musulmanes a la Península. Un contexto de crisis política y económica en el Estado andalusí, la presión fiscal ejercida por los emires o la complejidad social y cultural de una ciudad como la emeritense en aquellos momentos, con árabes de etnia, bereberes (musulmanes norteafricanos), muladíes (musulmanes de origen hispano-godo), mozárabes (cristianos), judíos, etc., ejercerían de causas principales de la sublevación marwaní. Tras un tiempo en Córdoba, una feroz resistencia en Alange (874) y un momentáneo establecimiento en Badajoz (875), Ibn Marwan se dirigió hacia la cuenca del Tajo y más allá.
Pudimos comentar algunos detalles de la historia y el patrimonio de Marvão en el entorno de la Casa da Cultura y en la Praça do Espirito Santo. Una villa marcada por la frontera y por la guerra, entre moros y cristianos primero y entre portugueses y castellanos/españoles después. Un lugar falto de población en muchos momentos, de paso siempre y de cierta importancia cultural y turística en la actualidad. Pusimos rumbo al castillo, no sin antes advertir detalles artísticos como las rejas de hierro forjado de la Casa do Governador y alguna que otra ventana manuelina. Ya en la parte alta de la villa una escultura que homenajea a Ibn Marwan parecía agradecernos nuestra visita aminorando la llovizna. Ya en o castelo, con la esperanza hecha añicos de que levantara la nieblina, continuamos dando repaso a la fortificación y a las guerras que más afectaron a estas tierras: las fernandinas (siglo XIV), la de Restauração portuguesa (1640-1668), la de Sucesión española (pps. del siglo XVIII), las napoleónicas y las que enfrentaron a miguelistas/absolutistas y liberales (pps. del XIX). Estas últimas ya iniciaron una nueva época, contemporánea, que hicieron de Marvão el bastión simbólico das libertades do Alentejo. De las diferentes partes que componen el castillo de Marvão tan solo podemos relacionar con la etapa islámica (fines del siglo IX – 1160s), acaso, el aljibe del primitivo patio de armas y, por lógica, el origen de la Torre del Homenaje. En el extremo norte de la fortaleza se erigen flancos del refuerzo abaluartado, ya de época moderna, en los que aprovechamos para comentar el poblamiento bereber de la zona del Tajo en tiempos de Ibn Marwan. Allí nos hicimos una foto para el recuerdo. El café nos esperaba para entrar un poco en calor.
La deslucida mañana en Marvão terminaba, por la Porta de Rodão, con una pequeña apertura de nubes que nos posibilitó vislumbrar someramente la ladera este y la llanura que se internaba en territorio español. De vuelta al autobús, la tregua ofrecida por el cielo, nos permitió incluso ver las negras consecuencias del incendio que sufrió la zona el verano pasado y apreciar la silueta de esta inexpugnable fortaleza histórica. Era un guiño para que volviéramos pronto. Dijimos até logo también a Portagem, el lugar donde se pagaba el paso fronterizo en tiempos pretéritos y donde acamparon los judíos expulsados de Castilla tras 1492. Eran las 12:00 horas, las 13:00 en España, y había que llegar para comer en Badajoz.
El reencuentro se produjo a las 16:30 en las Casas Mudéjares de la Plaza de San José de la capital bajoextremeña. Recogidos bajo los centenarios arcos de ladrillo, retomamos la Historia de manera distendida, reflexionando sobre el presente y el futuro del Patrimonio badajocense. Una ciudad, Badajoz, promocionada por Ibn Marwan a partir de su asentamiento definitivo en 884, después de algunos años al servicio del rey asturleonés Alfonso III. Centro principal del suroeste ibérico durante los siglos subsiguientes, en detrimento de Mérida, y que se mantendría islámico hasta la conquista cristiana del 19 de marzo de 1230. En honor al patrono de aquel día, San José, se levantó la iglesia que existió en el solar del actual convento de las Madres Adoratrices. Iniciamos la marcha. De nuevo la lluvia hizo acto de presencia.
Desde hace varios años, aunque a paso más lento del que a muchos nos gustaría, la alcazaba badajocense está siendo rehabilitada por muchos de sus flancos. En la propia Plaza de San José vemos hoy limpio un paño de muralla que hasta hace poco tiempo estuvo avecinado por casas particulares. Ese día 25 de noviembre en que nosotros nos internábamos en el interior del recinto almohade, los andamios cubrían los muros del corredor que, desde el siglo XVI, comunica la plaza con la Puerta del Capitel. En este rincón la simbología de Badajoz rebosa al curioso, que puede admirar desde escudos de la ciudad representados en el Arco del Peso hasta inscripciones renacentistas que marcan en piedra el “desliz” histórico que la jerarquía eclesiástica trabó para justificar una sede episcopal en Badajoz – Civitas pacensis –. Y, por supuesto, se hallan por doquier restos marmóreos preislámicos, sean romanos o visigodos, que legitimaron al Batalyaws de Ibn Marwan y sus sucesores como núcleo heredero territorial de la Lusitania emeritense.
Ya en la Plaza Ibn Marwan, ¡qué mejor nombre!, departimos sobre los únicos testimonios que pudiéramos sumergir en el tiempo del muladí. En el interior de la Biblioteca de Extremadura se encuentran restos de la (al)qibla – muro orientado hacia la Meca – de la mezquita andalusí, sobre la que posteriormente se levantó la catedral de Santa María de la See, y también parte del suelo y zócalo de lo que podría haber sido algún salón palatino de los gobernantes badajocenses. La construcción del Hospital Militar en el siglo XIX apenas conservó las torres que pertenecieron al templo eclesiástico sucesor del oratorio musulmán. En el yacimiento arqueológico cercano, excavado recientemente, los arqueólogos han interpretado los restos como unos “baños árabes” – hamman islámico – que aparecen cortados por muros de época bajomedieval. Esta zona fue muy alterada en el siglo XV cuando Hernán Gómez de Solís privatizó el espacio de la Puerta del Alpéndiz para ejercer el control sobre uno de los accesos principales de la alcazaba.
Tras rodear el yacimiento por la pasarela metálica que hace las veces del camino de ronda de la muralla salimos al exterior para imaginarnos cómo debió de haber sido el acceso al Badajoz andalusí desde Mérida y cómo toda la zona había sido tremendamente transformada con la construcción del sistema abaluartado en el siglo XVII. Hicimos posteriormente el recodo de la Puerta del Alpéndiz y paseamos la barbacana hasta toparnos con la torre semicircular datada en el siglo XI. Efectivamente, tras la primitiva muralla de tierra construida en época de los Banu Marwan, se refortificaría Badajoz en mampostería durante el periodo taifa, en contexto de recrudecimiento militar provocado por los conflictos con los cristianos de León y con los musulmanes de Toledo y Sevilla. Fue el tiempo del Reino Aftasí de Badajoz, marcado por guerras constantes pero también por episodios de esplendor cultural bajo el patrocinio de los reyes al-Muzaffar y al-Mutawakkil.
Pero al igual que a nosotros nos sorprendía la noche, ya para las 18:00 de la tarde, también a Badajoz le amenazaron primero los almorávides, luego los almohades y siempre los reinos cristianos del norte. La Batalla de Sagrajas – o de Zallaqa –, el viernes 23 de octubre de 1086, fue el principio del fin de los aftasíes. Las nuevas dinastías norteafricanas gobernaron la ciudad y todo el país andalusí durante el siglo XII. Del último tercio de aquella centuria data la robusta alcazaba almohade, con su Torre de Espantaperros como signo más preclaro. Para llegar hasta ella antes dimos cuenta de la escalera monumental abrazada por la Torre Vieja, decorada igualmente con mármoles preislámicos como la losa alba. Esta amputada torre guardaba el acceso más directo a la zona palatina. Los Jardines de la Galera son hoy un remanso de paz como hubieron de ser los espacios ajardinados a los que los andalusíes fueron tan aficionados.
No nos quedaba mucho tiempo de luz, la tempestad no amainaba y cruzamos de largo la Plaza Alta para despedir la jornada en el interior de la Torre de Espantaperros. Albarrana octogonal coronada por un fantástico campanario mudéjar, ya de época castellana, nos guareció para cerrar el viaje a la Historia islámica del al-Garb, o el Occidente de al-Andalus. No podemos entender las actuales regiones de Alentejo y Extremadura sin aquellos siglos andalusíes. Los nombres de nuestras localidades, los arabismos de nuestras lenguas, nuestro patrimonio artístico y arqueológico o nuestra propia condición de territorios fronterizos han sido determinados por las acciones de personajes históricos como Ibn Marwan a los que es necesario reivindicar hoy.
A pesar de los inconvenientes meteorológicos fue una jornada fantástica. Desde Guías-Historiadores de Extremadura damos las gracias a todos los asistentes por su interés en la visita y en la Historia. Esta “Ruta transfronteriza Ibn Marwan” se ha enmarcado en las Jornadas Europeas de Patrimonio 2018 y ha estado financiada por el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas de Acción Exterior de la Junta de Extremadura, a quienes agradecemos su colaboración. Esperamos poder organizar pronto otra ruta histórica que ayude a conocer y reconocer nuestro Patrimonio cultural. ¡Salud e Historia!