Abstengámonos por un momento de la connotación religiosa que generalmente es asociada al sustantivo peregrinación. Interpretémoslo, por el contrario, con un concepto abierto que abarque distintas formas y motivaciones de transitar en el espacio -y en el tiempo- hacia un lugar concreto.
Pongamos ahora que ese lugar es Salamanca, ciudad que representa en el plano histórico y simbólico de España y de Iberia un hito cultural de primera magnitud. La razón estriba en el esplendor alcanzado entre los siglos XV y XVIII -y particularmente en el XVI- como centro académico de referencia hispánica. Aquel prestigio salvó a la universidad salmantina de desaparecer en la centuria decimonónica y su eco llega hasta nuestros días. Sumemos que, esfumado pocas décadas después de su fundación el Estudio de Palencia, Salamanca se erige como la más vetusta universidad activa del solar ibérico. El principio académico, por tanto, es suficiente para considerar la urbe del Tormes como centro de peregrinación educacional.
Otras perspectivas igualmente culturales remarcan el destino salmantino. La literatura castellana -española- no se entiende sin esta ciudad pues aquí nacieron obras clásicas como La Celestina o el Lazarillo de Tormes, cuya impronta urbana se siente en el “Huerto de Calixto y Melibea” o en el “Toro de la Puente” -verraco- en el que el ciego gastó una novatada a Lázaro. Otras muchas obras, por supuesto, se inspiraron en la otrora Salmantica, que sería largo de reseñar. La universidad tuvo mucho que ver en la formación de grandes literatos y pensadores, pero la imprenta también en lo que refiere a su difusión. Así, uno de los primeros best seller fue Introductiones latinae de Antonio de Nebrija, quien indirectamente creó una escuela latinista que a su vez se ramificó en el estudio de otras lenguas. Autores como El Brocense o Gonzalo de Korreas o colegios como el Trilingüe hablan del interés lingüístico -humanista- de aquellos tiempos renacentistas.
No obstante, si en escuelas intelectuales pensamos es referencia obligada citar a la denominada “Escuela de Salamanca” (siglo XVI), pionera en el desarrollo del Derecho de los indígenas americanos -entre otras materias en las que destacaron Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, etc.- o la “Escuela poética salmantina” (siglo XVIII), auténtica luz literaria de la Ilustración española, con Cadalso y Meléndez Valdés a la cabeza. Y es que Salamanca es el alma mater de gran parte de la intelectualidad castellana y española -también de la portuguesa-, desde Alfonso de Madrigal “el Tostado” hasta Miguel de Unamuno y otros más contemporáneos. Pocas ciudades desprenden tanta historia del pensamiento. La peregrinación intelectual tiene su templo a orillas del Tormes.
Hoy Salamanca sigue viviendo, como hemos dicho, del prestigio del siglo de Oro. Sin embargo, ha sabido -está sabiendo- conjugar su singularidad histórica con las exigencias culturales del siglo XXI. A pesar de que se calcula que en torno a un tercio de su patrimonio se perdió en el discurrir del siglo XIX, lo que ha sobrevivido continúa siendo extraordinario. Su declaración como Ciudad Patrimonio de la Humanidad ha posibilitado un despegue económico desde la óptica turística y, a diferencia de otras ciudades españolas de igual condición, también se ha traducido en dinamismo cultural. Fue nombrada hace veinte años Ciudad Europea de la Cultura y en este ámbito desarrolla oferta y proyectos que ya quisieran otras aglomeraciones demográficas similares. Su apuesta por la enseñanza del español para extranjeros es otra de las bazas de la ciudad en este siglo. Actualmente se están poniendo las bases para una futura “capitalidad” de la iberofonía (ver este artículo de Pablo González).
Y es precisamente sobre este último aspecto -iberófono e iberoamericano- sobre el que Salamanca puede descollar en las próximas décadas. La iberofonía se fundamenta en el peso mundial de las lenguas española y portuguesa, así como en los vínculos con los países iberoamericanos. Recuérdese que la salmantina fue la universidad modelo para las hispanoamericanas o que, en términos actuales, hay sistemas de intercambio entre estudiantes de uno y otro lado del Atlántico. Igualmente existe un Centro de Estudios Brasileños. Sin embargo, la vocación transatlántica a veces olvida a Portugal. El Centro de Estudios Ibéricos del que participa la Universidad de Salamanca está situado en Guarda y en la actualidad el Servicio Central de Idiomas de la Usal únicamente ofrece cursos de portugués de Brasil.
Salamanca está situada a poco más de un centenar de kilómetros de la frontera con Portugal. El pueblo prerromano que se asentó en el Teso de las Catedrales también habitó tierras portuguesas y los romanos incluyeron el castro salmantino en una provincia que miraba hacia el Atlántico: Lusitania. Entre los pobladores que llegaron a la ciudad en el siglo XII se encontraban portogaleses y bregançianos, incluso en algún momento de aquella centuria el rey portugués Alfonso Enriques ostentó el dominio salmantino. La afluencia de estudiantes portugueses siempre fue continua a Salamanca y Coimbra se convirtió en el auténtico alter ego gracias, entre otras cosas, a la llegada de profesores formados en aulas salmantinas. Por estos lazos y por otros de razón presente y futura, Salamanca es también un centro de peregrinación para los portugueses.
Artículo publicado originalmente en El Trapezio (23 de junio de 2022)