Este pasado miércoles, en medio del confinamiento, de un estado de alarma inédito en la etapa democrática e inmersos en una pandemia sin precedentes en nuestra historia más reciente, recibíamos la peor de las noticias para estrenar el mes de abril: Fernando Flores del Manzano fallecía en Plasencia.

Profesor, Doctor, escritor, investigador, Cronista de su pueblo natal -Cabezuela del Valle-… y, ante todo, amante de su tierra y de sus costumbres, su temprana e inesperada marcha -más aún, cuando se encontraba en una etapa de su vida en la que todavía tenía por delante mucho fuelle como investigador-, nos deja consternados y nos hace sentir un poco huérfanos, sí, pero, a su vez, nos deja una enorme herencia material en forma de estudios y publicaciones.

Sus obras, desde hace tiempo ya, constituían todo un manual de referencia a la hora de acercarnos a múltiples aspectos del singular espacio geográfico que es el norte de Extremadura, esa franja territorial que fue el epicentro de la práctica totalidad de sus investigaciones.

Glosar en apenas unas líneas su dilatada trayectoria como investigador así como las distantas temáticas que trabajó (que han ido desde la historia hasta la más pura etnografía con una gran carga de trabajo de campo), resulta tarea imposible y por ello, aquí únicamente destacaremos su producción relativa a la zona geográfica que fue la columna vertebral de no pocos de sus trabajos: el Valle del Jerte, la comarca que lo vio nacer.

Gracias a él conocemos, con propiedad, el discurrir histórico de la comarca desde los remotos tiempos prehistóricos hasta prácticamente la actualidad; conocemos oficios que hoy languidecen o que, simplemente, ya han desaparecido y también todo un compendio de leyendas y relatos transmitidos por nuestros mayores, de generación en generación, por la vía oral.  En este sentido, basta con ojear, más de 30 años después de su primera edición, su trabajo titulado Hacia una historia de la Alta Extremadura: el Valle del Jerte (II) (1984), el cual, desde el primer momento que vio la luz, se convirtió en una síntesis imprescindible para conocer este rincón del noreste cacereño, al que tanto esfuerzo, empeño y tesón ha dedicado en su trabajo, buceando para ello en un gran número de archivos y bibliotecas.

Toda una referencia, además, son sus estudios dedicados a los cabreros de la Alta Extremadura –Los cabreros extremeños (1991)- o a la vida de la gente y a las costumbres seculares de la comarca jerteña –La vida tradicional en el Valle del Jerte (1992)-. No podemos dejar pasar por alto, tampoco, la obra sin precedentes que constituye Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extemadura (1998), en donde se recogen un buen número de testimonios orales recabados a nuestros paisanos sobre esas leyendas y relatos -algunos de ellos, incluso, con tintes sobrenaturales- que son una buena muestra de ese patrimonio inmaterial que es un auténtico tesoro.  Además, dentro de su comarca natal valxeritense (término que el mismo acuñó y generalizó), Fernando tampoco descuidó la historia de su villa natal, Cabezuela -Hacia una historia de la Alta Extremadura: la villa de Cabezuela (I) (1982)-, de su otra «patria chica», Tornavacas, dejándonos para la posteridad dos importantes obras de carácter divulgativo -Tornavacas, historia de una villa señorial y fronteriza (2004); El patrimonio artístico-religioso de la villa de Tornavacas (2005)-, y dedicó también sus esfuerzos a dar a conocer la historia de otros pueblos jerteños, como Piornal o Valdastillas.

Su marcha nos ha dejado tristes, descolocados, absortos… y también conversaciones a medias. Pero para la posteridad, y eso sí que será eterno, nos deja un legado incalculable. Gracias, Fernando.

Juan Pedro Recio Cuesta

Cronista Oficial de Tornavacas