La excelente exposición temporal “Las artes del metal en Al-Ándalus” se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid hasta finales abril de 2020. Comisariada por Sergio Vidal Álvarez, es la mejor colección reunida hasta la fecha de la metalistería andalusí. Una de las piezas más importantes que se muestran es el mortero o almirez islámico de bronce de Monzón de Campos (Palencia). Fechado en el siglo XII, es excepcional en el género de la metalurgia medieval por su utilidad en farmacia y por la rica simbología y escritura cúfica que lo decora.

Las circunstancias casuales del hallazgo en Palencia, el aristócrata que lo acomodó en Cáceres, su siguiente traslado a Barcelona por una herencia y el definitivo ingreso que encontró donado a un museo catalán forman parte de un relato de historias entrecruzadas en sí mismo novelesco.

Estas historias entrecruzadas cobran sentido en el coleccionismo de antigüedades de los siglos XIX y XX. Una afición que venía de lejos, desde las motivaciones renacentistas por los saberes y manifestaciones clásicos, que cristalizan en la Europa contemporánea en nuevos postulados ideológicos para la construcción de los Estados-nación. Influjos que también en España se extienden entre viajeros, eruditos y anticuarios, como también entre sociedades, asociaciones e instituciones. Bien conocida es la figura de Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo, aristócrata de un más que notable perfil coleccionista sobre cuya persona y ocupaciones en el ramo de las antigüedades se ha escrito mucho.

La acumulación de piezas y formaciones de gabinetes tuvo como desenlace, quizá con demasiada frecuencia, su lamentada disgregación y pérdida completa. Esta última y desgraciada frustración fue precisamente el destino de una singular colección privada reunida en Extremadura a principios del siglo pasado. Precisamente a la que se circunscribe el mortero islámico que se exhibe ahora temporalmente en el Museo Arqueológico Nacional.

Retrato de Miguel Jalón y Larragoiti, Marqués de CastrofuerteEl aristócrata Miguel Jalón y Larragoiti, XII Marqués de Castrofuerte, es el protagonista de la historia. Burgalés de nacimiento y cacereño de adopción desde 1859, su vida y obra causan sensación. Doctor por la Universidad Central de Madrid, fue concejal, diputado en Cortes y senador vitalicio. Fue también embajador en Suecia, Mayordomo Mayor de Amadeo de Saboya y acreedor de las cruces de la Orden de la Corona de Italia, de la Estrella Polar sueca, de Carlos III y de Isabel la Católica, además de correspondiente de las Reales Academias de las Bellas Artes de San Fernando y de la Historia. Todo un arquetipo de la sociedad aristocrática y burguesa de su tiempo, la que le permite alardear de ese gusto por las antigüedades de matriz anticuarista. Afición que concentró durante décadas en su vivienda, el Palacio de los Marqueses de Torreorgaz de la calle Ancha de Cáceres, convertido hoy en Parador Nacional de Turismo.

El fallecimiento de Miguel Jalón el 20 de enero de 1901, víctima de una pulmonía, desencadena los acontecimientos. Sin sucesión directa a la que legar sus bienes, repartidos entre Extremadura, Castilla y León y País Vasco, nombra en su testamento como únicos y universales herederos a sus hermanos María del Carmen, Eduardo y Heliodoro. A los pocos días el suceso es recogido por la redacción de la Revista de Extremadura, el hito cultural de referencia en la región en el cambio de siglo. Al marqués se le dedica una sentida semblanza y de paso se hace pública una vaga relación de su colección:

[…] logró formar, amén de una caudalosa biblioteca, un precioso museo en su palacio, donde la pintura, la escultura, la fotografía, la numismática, el grabado, la balística, el arte de la relojería y otros, están heterogénea y dignamente representados; destacándose entre los mil curiosos objetos que contiene, dos cabritas de bronce dedicadas a la diosa Adegina y un mortero árabe, que han sido motivos de estudios especiales para las Academias y se han dado a conocimiento de las personas cultas por medio de los periódicos ilustrados.

Desde la distancia que interponía el tiempo, en 1960, y los kilómetros, en el exilio republicano en México, el que fuera director del Instituto de Segunda Enseñanza Manuel Castillo rememoró también la dispar condición de lo atesorado por el aristócrata, donde no faltaban los objetos raros y curiosos:

[…] vivía en su palacio, acompañado de su servidumbre, a la que estimaba y protegía, bondadosamente, recreándose en su biblioteca y en la contemplación de sus bien nutridas colecciones, de relojes antiguos, tabaqueras de oro y plata, pinturas de famosas firmas, alhajas, y, hasta cabellos rubios, en sus variados tonos, que recogió de señoras y señores de Estocolmo, cuando estuvo en aquella capital representando, como Embajador, a España, en tiempos de Amadeo […].

Esta colección de objetos y la biblioteca pasa entonces a los hermanos de Miguel Jalón y sufre un proceso de disgregación, cuyas circunstancias actuales se desconocen a excepción de algunas piezas de una extraordinaria relevancia. Es el caso del mortero islámico que se muestra ahora en el Museo Arqueológico Nacional, hallado en el interior del castillo de Monzón de Campos en 1849 junto a otra obra maestra de la metalurgia medieval, un aguamanil en forma de león broncíneo salido del mismo taller de fabricación. El aguamanil será adquirido en un primer momento por el pintor y coleccionista Mariano Fortuny, poseedor de una de las colecciones de arte islámico más importantes del siglo XIX, y después ingresará en el Museo del Louvre de París. Del mortero, el primero en publicar unas notas y un dibujo es Pascual de Gayangos en 1865, con el permiso de Miguel Jalón, quien posee la titularidad de la fortaleza y a quien pertenecen por tanto los hallazgos arqueológicos que encierra.

Por herencia testamentaria, esta pieza (quizá también muchas otras de su colección) pasa a manos de Eduardo Jalón, flamante XIII Marqués de Castrofuerte a la muerte de su hermano en 1901, con quien compartía la misma afición por las antigüedades. Habiendo ingresado muy joven en la Academia de Caballería de Valladolid, el heredero del marquesado ocupa distintos escalafones militares y destinos hasta que se afinca en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). En 1910 entra en la Junta de Patronato de la Biblioteca-Museu Víctor Balaguer, institución fundada en 1884 por el ensayista y político del mismo nombre, figura clave de la Renaixença. Muy pronto esta institución nombra Vicepresidente a Eduardo Jalón, que en concepto de agradecimiento y dando cuenta de una actitud comprometida con sus valores realiza importantes donaciones. Entre ellas, en 1911, la del mortero de Monzón de Campos, tal vez la pieza más relevante de cuantas habían pertenecido a Miguel Jalón.

Del conjunto de enseres que formaran su gabinete en Cáceres apenas ha quedado una inscripción romana de monumentales dimensiones. Hübner la documentó en el Corpus Inscriptionum Latinarum cuando se hallaba en las escaleras de un granero de su titularidad en Torreorgaz, antes de que fuera trasladada a Cáceres por el alcalde Alfonso Díaz de Bustamante. En un excelente estado de conservación la encontramos en un rincón de lo que es hoy la recepción del Parador Nacional de Turismo, tras la reforma integral de la antigua residencia del marqués. Así la hemos visto estos días, mientras preparábamos esta reseña, para demostrar que el oficio de historiador prevalece sobre el olvido de las personas y sus obras.

Carlos Marín Hernández

Copyright de las fotografías: Museo Arqueológico Nacional y Biblioteca Pública del Estado en Cáceres.

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