La incertidumbre es mala compañera de viaje del ocio cultural. Y las circunstancias actuales, tamizadas por las tribulaciones de la situación sanitaria, son un ejemplo paradigmático. Viajes, rutas interpretadas y otras formas de ocio cultural que requieren de la presencia física de los asistentes sufren en estos momentos una embestida frontal para su organización, desarrollo y disfrute. Sin embargo, si la voluntad es firme y las responsabilidades se reparten, las agendas culturales pueden mantener su habitual prioridad y periodicidad.
La afirmación anterior se hace patente cuando se habla de la Sociedad Extremeña de Arqueología y Patrimonio (en adelante, SEdAP). Una agrupación para la defensa, la promoción y el conocimiento del Patrimonio Cultural extremeño, en su vasta acepción, con la que tuvimos la suerte de converger en 2018 para alcanzar objetivos y fines comunes. Por el lado de Guías-Historiadores de Extremadura, el ejercicio de cicerones para la interpretación y la divulgación de la Historia; por el de la SEdAP, el deleite y la comprensión del acervo patrimonial que atesora la región.
La ocasión se ha materializado esta vez en una ruta cultural rotulada “Cáceres de noche, miradas por dentro y por fuera”. Un título sencillo, sin florituras, mediante el que queríamos evocar en los potenciales asistentes sensaciones concretas: la atracción por la premiada iluminación nocturna de la ciudad, la contemplación de su casco histórico desde diferentes ángulos y el reconocimiento de su silueta recortada en la noche tanto intramuros como extramuros. La convocatoria fue un éxito. No uno, ni dos, sino hasta tres grupos de veinte personas completaron su aforo.
Antonio Cancho y Carlos Marín orquestaron la organización y los itinerarios. Reunidos los asistentes en la Plaza Mayor de Cáceres con la puntualidad que señalaban las 21:30 horas, trazamos una introducción histórica de la ciudad, por medio de sus hitos y claves más importantes, mientras la atmósfera del anochecer y de la iluminación se acababan de cernir sobre el entorno urbano.
Nuestros primeros pasos nos llevaron a reconocer las grandes áreas abiertas del casco histórico amurallado, esto es, las Plazas de Santa María, de San Jorge y de San Mateo. Espacios desde los que apreciamos en medio de un ambiente especial y al detalle la arquitectura civil y eclesiástica más representativa de esta Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Por el camino descubrimos la singularidad de una sede o cátedra obispal compartida, qué fue de las grandes casas aristocráticas cacereñas y de quienes las habitaron, cómo se granjeaba hace siglos el favor o las iras reales y otros acontecimientos que, a través de lo local, nos permitieron atravesar el tiempo y ahondar en la influencia de culturas, religiones y personalidades del pasado.
Saliendo por la derribada Puerta de Mérida, rondamos el Cáceres extramuros para apreciar la otra perspectiva de la ciudad. De cerca y de lejos, observamos la impresionante fortificación almohade que cerca el casco antiguo, sin perder detalle de la rehabilitación integral del Baluarte de los Pozos, con sus peculiares encintados recuperados. Tanto a los pies de esta construcción defensiva como desde las alturas del Mirador de San Marquino, la silueta de torres, iglesias y palacios irradiaban luz para exhibir un paisaje urbano digno de la mejor fotografía nocturna.
El paseo extramuros nos llevó a conocer la otra Cáceres, la del semblante urbano menos monumental (o quizá monumentalizado). La vinculada a la Ribera del Marco y sus fuentes, a huertas y oficios desaparecidos. Frente a Fuente Concejo fuimos testigos de la vigencia del acarreo de agua con cántaros hasta el siglo XX, mientras huertas, topónimos y callejuelas nos hablaban de gremios perdidos, testigos mudos del pasado, en sus antiguas curtidurías, tenerías, batanes y molinos.
El camino de vuelta a la Plaza Mayor se recorrió por la cacereña calle Caleros, con seguridad la industria más pujante de la ciudad en tiempos pasados. No sin antes habernos detenido en la ermita del Vaquero, cuyo solar atribuye la tradición a la casa de Gil Cordero, que despertará pronto el interés de los medios de comunicación por su inminente restauración. Un lugar en el que escuchar los ecos de la aparición de la Virgen de Guadalupe, una fundación monacal y siglos de devoción religiosa.
La colación de la parroquia de Santiago puso la guinda a la noche. Un barrio íntimamente ligado a los Fratres de Cáceres, en cuyo seno encontramos la gestación de la Orden Militar de Santiago. La erección y la arquitectura de la iglesia del mismo nombre dio pie para convertirnos al mismo tiempo en maestros alarifes y peregrinos del camino, tan erróneamente asociado en exclusiva al norte peninsular. Allí mismo, junto a la iglesia, examinamos la fachada y el decorado balcón en esquina del Palacio de Godoy, la antigua residencia del indiano Francisco de Godoy. Lugarteniente de Francisco Pizarro en la conquista del Imperio Inca, su espíritu de fortuna nos acompañó para conocer la biografía de tantos y tantos extremeños que atravesaron el océano Atlántico en busca de la exploración y colonización del Nuevo Mundo.
Casi dos horas después de iniciar esta visita cultural a Cáceres, por dentro y por fuera, con el ambiente casi mágico que insufla a su caserío la iluminación nocturna, dimos por terminado el recorrido. Repartidos los agradecimientos, que por supuesto fueron mutuos, hubo tiempo de recibir dadivosamente de manos de Domingo Martín, Secretario de la SEdAP, dos ejemplares de “El alcázar y la muralla de Plasencia”, de Enrique Clemente. Una obra editada de forma conjunta por la SEdAP y el Ayuntamiento de Plasencia que guardamos ya preciada en nuestras bibliotecas mientras esperamos la ocasión de volver a vernos para redescubrir juntos Extremadura.