Cuenta Publio Hurtado en sus escritos que ‘y al entrar el verano de 1880, la línea […] que unía Madrid con Lisboa estaba terminada’. Más tarde, en octubre del año siguiente, vendría la inauguración oficial con la presencia de los reyes de España y Portugal. Pero lo importante -quedar conectados por vía férrea- con el resto del mundo se había hecho realidad, aun mucho más tarde que en la mayoría de provincias españolas.

Cuando comenzamos nuestras visitas guiadas habituales en Cáceres rara es la ocasión en que, culminando la explicación introductoria de la evolución histórica de la localidad, no se mencionen tres acontecimientos que cambiaron todo para bien: el nombramiento como capital provincial, la llegada del ferrocarril y la transformación en ciudad universitaria. ¿Pero cómo ocurrió el segundo de estos hechos?

Durante el siglo XIX el tendido de los llamados caminos de hierro revolucionó el transporte, la economía, la táctica militar y otros incontables aspectos de la vida. En España la primera línea se inauguró en 1837 en Cuba para unir La Habana con Güimes, siendo una de las más antiguas del mundo, pero en la península se hubo de esperar hasta once años más tarde, hasta la finalización de la línea de Barcelona a Mataró. Cáceres, a pesar de estar ubicada justo en el medio del camino natural entre las capitales ibéricas, no acababa de entrar en los planes de expansión de las vías de tren. Sin embargo, un simple paseo por el campo lo cambió todo.

A principios de 1864 dos vecinos de la ciudad caminaban por el cerro de Cabezarrubia cuando les llamó la atención una serie de piedras de notable color blanco, que recogieron y llevaron a analizar a un farmacéutico. El resultado fue que contenían más de un 60 por ciento de fosfato, un auténtico tesoro en aquel entonces ya que con los derivados de este mineral se podían fabricar abonos, explosivos y demás productos que el crecimiento demográfico del siglo XIX hacía imprescindibles. A partir de ahí se inició una frenética actividad minera que fue fundamental para la economía local durante décadas, especialmente tras la unificación y modernización de las explotaciones por parte de Segismundo Moret.

Precisamente fue el prócer gaditano quien movió los hilos que llevaron a la construcción del ferrocarril entre Madrid y Lisboa con parada obligada en Cáceres. Y es que el mineral había que llevarlo hasta nuestros puertos naturales del país vecino, ya que el transporte en carretas era costoso, lento y poco eficaz. Así, pues, un interés a caballo entre lo personal y lo nacional hizo que se consiguiera lo que hasta poco años atrás era poco menos que una quimera. Luego se sumarían otras vías importantes, como la que vertebraba el eje occidental español de norte a sur, en paralelo casi a la Vía de la Plata.

Las benéficas consecuencias de la entrada en funcionamiento de la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal no se hicieron esperar. Así, no sólo se sacó el mineral con una rentabilidad mayor sino que, por ejemplo, la prensa madrileña llegaba puntual cada día, horas después de salir los números a la calle, el correo era mucho más ágil, las mercancías -incluso aquéllas de otros países- comenzaron a aparecer en las tiendas cacereñas y hasta arribaron ideas de nuevo cuño.

El desarrollo de los vehículos de motor de explosión, especialmente de los camiones, y la expansión de las carreteras nacionales y posteriormente las autovías, junto con las políticas tendentes a cerrar vías férreas de todo tipo, hicieron que el tren comenzase un declive que aún no ha parado. Ya no tenemos conexión directa con el Norte ni con Portugal, la que hay con el Sur es escasa y mala y la que hay con Madrid sufre de problemas graves con una frecuencia del todo escandalosa, aunque esto no parece llamar la atención de las autoridades competentes en la materia.

Desde estos párrafos no tratamos únicamente de explicar los avatares históricos del ferrocarril en nuestra tierra sino que expresamos nuestro apoyo a todas las iniciativas que luchan por lograr soluciones reales, prontas y duraderas en este aspecto. Es de derecho.