Sevilla, 29 de mayo de 1511. La ciudad despierta con la inercia que le imprime el dinamismo económico del Imperio español. Organiza los viajes, controla las riquezas llegadas de América y regula las incipientes relaciones con el Nuevo Mundo. El mismo rey Fernando el Católico se encuentra presente en la ciudad, como máxima autoridad de las Órdenes Militares, para presidir un Capítulo General de la Orden de Alcántara. Las sesiones se han celebrado sin incidentes hasta ese día 29 de mayo, cuando una noticia sacude a los congregados: Nicolás de Ovando, comendador mayor de la orden y asistente a la reunión, acaba de fallecer en la capital hispalense.
El suceso lo narra el cronista de las Indias Gonzalo Fernández de Oviedo y no era poca cosa. Nicolás se Ovando se había ganado el cielo como una de las figuras más destacadas de los primeros años del dominio hispano en el Nuevo Mundo, digno de este #ExtremaduraEfemérides. Nacido en Brozas, en su biografía figuraban los títulos de comendador de Lares y comendador mayor en la Orden de Alcántara, orquestador de la primera gran armada colonizadora con destino al continente americano y, ante todo, gobernador general de las Indias entre 1502 y 1509. En sus años como gobernador disfrutó de plenos poderes y apaciguó las luchas intestinas entre los colonos. Se fundaron y refundaron también importantes poblaciones, como la ciudad de Santo Domingo, en la cual se conserva todavía la que fuera su residencia colonial. Bartolomé de las Casas, protector de los indios y enemigo acérrimo de Ovando, dijo de él que “tenía y mostraba grande autoridad, amigo de justicia; era honestísimo en su persona en obras y palabras, de codicia y avaricia muy grande enemigo, y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes”.
Desde Sevilla su cuerpo fue trasladado al conventual de San Benito de Alcántara, sede de la orden. Fue enterrado primero en una sepultura provisional y después en un magnífico sepulcro de alabastro labrado por el maestro Pedro de Ibarra en la iglesia conventual. Se cumplían así las mandas testamentarias de Ovando, como bien han estudiado Esteban Mira Caballos y Dionisio y Serafín Martín Nieto recientemente. La tumba se conserva todavía en la arruinada iglesia, pues la Historia ha querido que ahí sigan depositados. Pero no sin haber escapado a guerras, desamortizaciones y expolios de saqueadores que buscaban los “tesoros” con los que se decía se enterraban los caballeros de la orden.
La última tentativa que hasta la fecha ha interrumpido el descanso eterno de Nicolás de Ovando tuvo lugar a mediados del siglo pasado. No con el ánimo de la profanación, sino con el de conocer el estado de conservación del sepulcro y averiguar si los restos del desventurado gobernador de América continuaban tras todas las vicisitudes en el lugar en que debían estar. La narración de los acontecimientos fue puesta negro sobre blanco en el Anuario de Estudios Americanos de 1948 por Miguel Muñoz de San Pedro. Un conocido nombre de la historiografía extremeña, pero cuya figura apenas ha sido glosada por Miguel de Mayoralgo y Lodo y Marcelino Cardalliaguet Quirant, un hecho que quizá pueda achacarse a la cercanía de su persona con la actualidad. Muñoz de San Pedro es recordado por ser autor de una exhaustiva obra histórica y genealógica, desde la que fustigó también con la vara del conservadurismo a ciertos sectores de la historiografía regional. Su obra de investigación le abrió las puertas de la correspondencia académica de la Real Academia de la Historia y de otras ilustres responsabilidades, como las designaciones de Director del Museo Provincial, Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas y Delegado Provincial de Bellas Artes.
Bajo el expresivo título Descubrimiento de los restos de frey Nicolás de Ovando, primer Gobernador de las Indias, el autor describió el hallazgo un año después de haberse producido, cuando trasciende a la opinión pública. El estado de la cuestión ve la luz por medio de esta publicación, sembrada de una prosa literaria y ampulosa, que se adecúa tanto a los parámetros historiográficos de la época, impregnados de un fuerte imaginario conservador, como al ceremonial solemne que corresponde a una exhumación.
Sus páginas nos trasladan a la mañana del 8 de abril de 1947. El coche de Muñoz de San Pedro espera en Cáceres la llegada de dos acompañantes, quienes se encuentran también en la punta de lanza de la intelectualidad extremeña: Miguel Ángel Ortí Belmonte, Director del Museo Provincial, y Antonio Rodríguez-Moñino, el reputado filólogo y bibliófilo. Una vez en el solar de la orden acuden a la iglesia conventual para ver el sepulcro, donde son informados de que había sufrido recientes desperfectos. En persona pueden comprobar que “varias piedras del muro de sillería cayeron en el interior, dejando abierta amplia brecha por la que con suma facilidad podía penetrarse en la sepultura”. El guarda del lugar había extraído de urgencia los sillares y apuntalado la tumba, con lo que casi se habían desvanecido las esperanzas de dar con los huesos de Ovando. Pero contra pronóstico, “Don Antonio Rodríguez-Moñino penetró el primero, descubriendo, con sorpresa y emoción de todos, que allí estaban los huesos del ilustre personaje, entre astillas del féretro y polvo de siglos”. Al mismo tiempo “removióse el fondo del nicho y fueron sacados cuantos restos había”.
El decoro y la prudencia empujan a Muñoz de San Pedro, Ortí Belmonte y Rodríguez-Moñino a no devolver los restos al sepulcro. Acuerdan trasladarlos a la iglesia de Santa María de Almocóvar, a fin de dejarlos en depósito bajo la custodia provisional del párroco interino Serafín García López. Así, los restos pasan de “una caja que pudo hallarse” después de observar el sepulcro a “una arqueta de madera” cuya fabricación se solicita al párroco y cuyo coste tasan y abonan allí mismo. En 1948, cuando Muñoz de San Pedro publica la crónica de la exhumación, anuncia que el encargo se había realizado y que “dentro de esta arqueta se encuentran hoy los huesos, en un armario de aquella sacristía”. A ella se habían trasladado también varias tablas de un retablo de Luis de Morales de la misma capilla ovandina. A buen seguro, ninguno de ellos imaginaba que los restos mortales del desdichado comendador mayor permanecerían casi medio siglo guardados en el armario.
De la identificación de los restos no albergó duda alguna Muñoz de San Pedro, apoyado en la descripción física que hizo de él Bartolomé de las Casas y del estudio forense del médico Luis Nuño Beato (quien ya antes había inspeccionado los restos de Diego García de Paredes, Sansón de Extremadura). Sus opiniones se han mantenido hasta nuestros días: “Pocas veces puede haber en asuntos de esta índole una certeza tan absoluta de autenticidad. Los restos de Ovando estaban en su capilla, en su sepulcro, en el que solamente enterróse él y donde sólo fragmentos de un único cadáver se encontraron. Hasta muy pocos días antes de descubrirlos, el hueco del muro era pequeño y nadie se aventuró a cruzarlo”.
Días después Muñoz de San Pedro acude al Palacio Episcopal en Cáceres para entrevistarse con Francisco Cavero y Tormo, obispo de la diócesis de Coria, a la que pertenece la villa de Alcántara. Lo mismo hace con el Gobernador Civil, Antonio Rueda Sánchez-Malo. El prelado y la autoridad civil se muestran interesados por el hallazgo y dispuestos a que los restos, hasta ver consumada la restauración de la iglesia de San Benito, sean trasladados temporalmente a la parroquia de Santa María en Cáceres: “junto al altar mayor, en el lado de la epístola, se labraría un hueco, donde, protegida por una reja, quedase la arqueta que contiene los huesos del Comendador”. Con todo acordado y en marcha, bajo los auspicios del Instituto de Cultura Hispánica, de la Real Academia de la Historia y de las autoridades de Cáceres, los planes quedan paralizados. Se reciben noticias del interés mostrado por una orden religiosa para hacerse cargo de la restauración de la iglesia del conventual de Alcántara. Mientras tanto, los restos de Ovando continuarían depositados en el inadecuado armario de la sacristía de Santa María de Almocóvar.
En el mes de agosto realizan una nueva visita a Alcántara. Esta vez Muñoz de San Pedro se hace acompañar por Ortí Belmonte, el médico Nuño Beato, el comandante Santiago Calderón y la profesora Ursula Lamb, hispanista afincada en Estados Unidos que prepara una tesis doctoral sobre Nicolás de Ovando. Antonio Doncel Martín, párroco titular de Santa María de Almocóvar, abre el armario, entrega la arqueta de madera y los asistentes pueden ver y fotografiar los restos. En esta ocasión, “más detenidamente, con más serenidad y mayor espíritu crítico que en los instantes un poco solemnes del descubrimiento”. El cuerpo del gobernador de las Indias se reducía a “una clavícula, la bóveda craneana, un fémur, un cúbito, un radio, un ilíaco, un tercio superior y una cabeza de húmero, el esternón, sacro, pubis, dos costillas y dos fragmentos de ellas”, además de “pequeños trozos y esquirlas”. El estudio óseo les permite conocer más detalles de su fisonomía y fijar la controvertida fecha de nacimiento de una gloria del pasado, en palabras de Muñoz de San Pedro: “míseros despojos, entre los cuales alentara un día, ardiendo en la llama de un espíritu superior, todo un carácter que, al servicio de la inteligencia y de la voluntad, durante varios años llevó con pulso firme el timón de la nave del recién nacido Imperio Español”. Los huesos, cómo no, fueron devueltos a la arqueta y ésta al armario de la sacristía.
¡Cuarenta y cuatro años pasaron los huesos en los estantes del armario! La Fundación Iberdrola España adquirió el conventual de Santa Benito de Alcántara y lo sometió a una profunda rehabilitación. En mayo de 1991, arropados por una procesión a la que acudieron autoridades y representantes de las Órdenes Militares, los restos de Ovando fueron trasladados con solemnidad a su sepultura original en la iglesia conventual. La antigua sede de la orden es visitable y cualquier persona no debe irse de Alcántara sin recorrer sus estancias gracias a las visitas que programa la fundación. Por la restauración en sí, por la historia que encierra y por la vida cultural que irradia. Quienes se adentren en el lugar podrán contemplar la excepcional capilla de Nicolás de Ovando, que vuelve a guardar su cuerpo. Un monumento desgastado en una impresionante edificación arruinada, pero que cumple al fin y al cabo la voluntad expresada por todo un gobernador de las Indias, protagonista de esta efeméride, enterrado en la tierra que le dio el ser.