Cuando Nebrija abandonó Salamanca en 1513 prometió no volver jamás. La ciudad a la que tanto había dado le volvía entonces la espalda, o así lo sintió él. En realidad, lo que ocurrió fue que parte del profesorado encargado de elegir nuevo catedrático de Gramática optó por alguien mucho más inexperto y eso no lo toleró nuestro orgulloso humanista. Medio siglo después, no se entiende Salamanca sin Nebrija, ni viceversa.

Salamanca, 5 de noviembre de 2022. Algunas hojas ya habían amarilleado en la ribera del Tormes, a pesar del largo veroño. El día prometíase excelente, al menos desde el punto de vista del tiempo atmosférico. También del cronológico, puesto que el objetivo era viajar a los años finales del siglo XV e inicios del XVI, cuando Antonio de Nebrija residió en la ilustre ciudad universitaria.

El grupo organizado por la Sociedad Extremeña de Arqueología y Patrimonio arribó a eso de las 9:15 al apeadero de autobuses habilitado frente al Museo de Historia de la Automoción. Allí estaba nuestro compañero Rebollo, esta vez dispuesto a enseñar con pasión “su” Salamanca. El Tormes, el verraco, el puente y la iglesia de Santiago sirvieron para introducir las claves históricas de la ciudad -agua, vetones, romanos, la calzada de la Plata y el camino de peregrinación-, todo bajo la atenta mirada del Ciego y el Lazarillo. Subiendo por la Puerta de Aníbal, o del Río, o de la legendaria calle de Tentenecio, alcanzamos San Millán y Libreros, columna de la Salamanca romana según demuestran las últimas investigaciones arqueológicas.

En la calle de la Latina, comenzamos a hablar del tiempo de Nebrija, pues a Beatriz Galindo se tiene por eso, por sabedora del latín e incluso por maestra de Isabel la Católica. Reconózcase a aquella mujer culta y déjense de lado los mitos posteriores. La época de los Reyes Católicos y la entonces lengua franca latina guiarían el resto de la jornada. Pusimos rumbo al Parque Arqueológico del Botánico, que fue barrio judío hasta el año en que Nebrija publicó su Gramática castellana -1492-. Después, se erigieron allí los complejos del Convento de San Agustín y del Colegio Mayor de Cuenca, cuyas descripciones antiguas se deshacen en elogios. Por desgracia, las tropas napoleónicas los volaron para evitar que sus contrarios los ocuparan en el contexto de aquella guerra de comienzos del XIX, conocida como de Independencia.

La siguiente parada sería la escultura de Elio Antonio que fue encargada a Pablo Serrano en 1981 con motivo de la conmemoración de la publicación de las Introductione latinae, auténtica obra maestra del lebrijano. Fue trasladada al paseo de la calle Balmes en 1999. Allí esbozamos someramente la vida del insigne humanista, del que este año se recuerda el quingentésimo aniversario de su muerte en Alcalá de Henares. Se hicieron las oportunas menciones al tiempo que Nebrija pasó en la corte extremeña de Juan de Zúñiga, dada la procedencia placentina del grupo visitantes. El triángulo Nebrija – Salamanca – Extremadura es indisoluble.

Penetrar luego en las Escuelas Menores es viajar al pasado. Su claustro incita al silencio y a la reflexión, más cuando en sus salas se distribuyen exposiciones de gigantes de la talla de Nebrija o de Unamuno, como era el caso. Pero lo que, sin duda, más ahonda en la sensación de regresar al Renacimiento es la admiración del denominado “Cielo de Salamanca”. No hay palabras ante la sabiduría astrológica que desprende la obra pictórica de Fernando Gallego, en cuyo esbozo probablemente intervino el judío Abraham Zacut y que se plasmaría sobre la bóveda de la Biblioteca universitaria trazada por los maestros musulmanes Abrayme y Yuçuf. Todo un símbolo de la riqueza cultural de la Edad Media hispánica.

Desembocar, más tarde, en el Patio de Escuelas, a espaldas de la figura eterna de Luis de León y frente al retablo pétreo del Estudio salmantino, pone los pelos de punta. Aquí se acelera la peregrinación hacia la sabiduría, que continúa en el interior del edifico histórico de la Universidad por aulas como la del referido Fray Luis, el Paraninfo, la capilla de San Jerónimo, la iniciática escalera y, ya en el piso superior, los relieves de los siete enigmas y la excepcional Biblioteca. A la puerta de esta última, se recuerda la medida del pie romano por obra y gracia de don Antonio de Nebrija, quien realizó experimentaciones en el circo romano de Mérida y en la calzada de la Plata. Seguimos sus pasos.

El grupo placentino también visitó la Casa-Museo de don Miguel de Unamuno, otro vértice de la cultura salmantina y española. Quede escrito nuestro agradecimiento al sabio guía de la Casa rectoral dieciochesca, expertísimo en la vida y obra unamuniana. Casa, por cierto, que dista muy poco del solar que ocupó la vivienda en la que residió Nebrija en sus años salmantinos. Calle Libreros, esquina Calderón de la Barca, ¡cuánta gloria hispánica en tan reducido espacio!

La tarde fue igual de intensa. Paseo por el prodigio arquitectónico de la Catedral Nueva, inmersión en la Edad Media ante las pinturas, los sepulcros, las capillas o el retablo de la Catedral Vieja. Los tesoros que esconde son valiosísimos. Baste citar las capillas del claustro, en las que se salpican las tradiciones de la misa mozárabe, de las defensas doctorales o del más precioso arte medieval. Terminado el recorrido interior, el conocido como Patio Chico nos perpetúa en la simbiosis de las dos catedrales, siempre con el protagonismo de la Torre del Gallo. Similar foto se capta en el Enlosado de Plasencia, razón manifiesta para que nos tomáramos aquí una instantánea para el recuerdo.

No pudimos sino apenas referir al romántico y literario rincón de la Celestina -el Huerto de Calixto y Melibea- y rozar los muros de San Cebrián para conocer someramente la leyenda de la Cueva de Salamanca. Lo importante, no obstante, también radica en los restos de la Cerca Vieja salmantina, de resonancias vetonas y romanas. Hubimos de apresurar pues nos esperaba el Convento de San Esteban. Otra grandiosidad artística y arquitectónica del siglo XVI. Ecos de Colón, de Teresa de Jesús o de la Escuela de Salamanca en las personalidades intelectuales de Francisco de Vitoria o de Domingo de Soto. Destaquemos solo la volada escalera financiada por este último dominico. Las salas capitulares, la sacristía o la iglesia rezuman igualmente la vida monacal de antaño.

Los pasos se dirigieron después hacia el enfrentamiento de las fachadas de la Clerecía -otrora iglesia de los Jesuitas- y la Casa de las Conchas. Poder eclesiástico y poder civil mirándose eternamente, torres contra conchas y escudos por doquier. Complementan, en todo caso, la carga histórica de esta ciudad, más allá de lo universal. Allá, en una esquina, el medallón del extremeño Juan Meléndez Valdés sobre la casa donde vivió. Él, junto a otros paisanos como Forner, Muñoz Torrero, Justo García o Bartolomé J. Gallardo dieron otra generación de gloria a Salamanca y a la España de la Ilustración y de Cádiz. El edificio de la Universidad Pontificia o el rincón de San Benito impregnan la Cuesta de la Compañía de sublimidad. Al fondo el Palacio de Monterrey, la Purísima, las Dueñas, la Casa de las Muertes o la que vio morir a Unamuno. Salamanca infinita.

Por fin, ya anochecido, la Plaza Mayor. Ocupada este día por las casetas de la Feria del Libro Antiguo, muestra evidente del carácter de esta ciudad. Siglo XVIII en esencia, salón de salmantinos, universitarios y visitantes. Despedimos el instructivo día al amparo del omnipresente Nebrija, cuyo rostro custodia un medallón del ala occidental de la plaza. Gracias, Antonio, por imprimir de humanismo a estas tierras. Gracias, Sedap, por querer seguir viajando con Guías-Historiadores.

*Agradecemos a Paqui y a Domingo las fotografías sobre la jornada salmantina.